Hace unas semanas, antes de que este blog estuviera siquiera en el pensamiento, una amiga me recomendó un libro: No madres. Mujeres sin hijos contra los tópicos. Empecé a leerlo y me pareció que, para ir contra los tópicos los tenía casi todos. Me pareció un libro superficial en el que mujeres famosas (artistas, nobles, escritoras, presentadoras...) sin hijos hablan de su decisión y de cómo han vivido ser «no madres» (si algo salvo del libro es la reflexión sobre ese término) en entrevistas brevísimas. El resultado es un «lo que tú me vayas a contar ya lo he escuchado antes», así que acabé dejando el libro a medias y me puse a buscar otra cosa. Y en esas me encontré con Maternidad, de Sheila Heti.
Cuando empecé a leerlo pensé que era un ensayo pero, a posteriori, he leído que es una novela. Me sentí un poco estafada, si te soy sincera. Cuando empecé a leerlo me reconocí tanto en la protagonista/narradora (es una especie de diario) que me molestó que no existiese. Leyendo sobre el tema resulta que es una especie de autoficción en la que no queda muy claro qué es real y qué ficticio. De todas maneras no importa: que la narradora no exista no le quita un ápice de valor a la obra.
La premisa es la siguiente: mujer, treintañera, con pareja estable y unas condiciones de vida que le permiten tener hijos se plantea si quiere hacerlo o no. En el libro no da fechas, pero se entiende que pasa años pensándolo. El desarrollo de la novela es similar al de este blog: no es un alegato de la maternidad ni de la no maternidad, sino simple y llanamente una mujer enfrentándose a la duda.
Hay tantas cosas del libro que me han resultado interesantes que, por fuerza, me he de dejar alguna. El libro está subrayadísimo, así que iré pasando páginas y buscando pasajes que destaqué durante la lectura, pero alguno quedará atrás, seguro.
Hay algunas cosas, no obstante, que no voy a tener que consultar. La primera, por ejemplo, que se me quedó grabada, fue el hecho de que la decisión la toma ella. Su pareja le dice que ya tiene una hija, que por él no tendría más hijos, pero que le deja decidirlo a ella. Eso es una cosa que me ha dejado de pasta de boniato. Si no quieres tener más hijos, Jorsemanué, algo tendrás que implicarte en la decisión, ¿no? ¿O cómo va esto? ¿Que lo decida ella porque lo de la paternidad corresponsable no va contigo? La cosa es que aunque el libro sea ficción, esta actitud no lo es. En muchos casos esta disyuntiva la afrontan las mujeres en las parejas heterosexuales. Cuando los señores no lo tienen claro, por lo general, se limitan a dar un paso atrás y que lo decidan ellas, como si traer un hijo al mundo no fuese a afectarles de ninguna manera. Manda huevos.
Heti, o la narradora, más bien, también reflexiona sobre el hecho de que los señores no tienen este problema. De hecho, en el Trello en el que organizo las cosas de este blog, hay una tarjeta titulada «¿Los hombres piensan en esto?» que contiene notas para una futura entrada. Cuando me encontré con esta reflexión la añadí a la tarjeta. Se dice en el libro:
Me pareció que todas mis preocupaciones sobre no ser madre se reducían a esa historia, a la insinuación de que una mujer no es un fin en sí misma.
Antes de esa cita se está comentando que los hombres se consideran seres completos en sí mismos: basta con que existan y persigan sus objetivos. Las mujeres, no obstante, tienen una existencia mediatizada por la maternidad. El hecho de que podamos parir parece que añade una condición más para que nuestra existencia tenga sentido: engendrar. Ante esto, la narradora se revela.
Yo siempre me he considerado un fin en mí misma ─¿acaso no le ocurre a todo el mundo?─, y quizá mis dudas de que baste con que sea un fin en mí misma arranquen de ese largo linaje de mujeres a las que nos e veía como fines, sino como conductos por los que podía nacer un hombre. Si rechazamos ser un conducto , algo falla. Al menos debemos «intentarlo». Pero yo no quiero ser un conducto por el que un hombre nazca y luego se manifieste en el mundo como se le antoje, sin que nadie dude de su derecho.
Este párrafo me hizo pensar. «Al menos debemos intentarlo», dice la narradora. Algo pasa si rechazamos de plano y directamente la maternidad. ¿Cómo es posible? Si es nuestro fin, lo que hace a la mujer verdaderamente mujer (no lo digo yo, claro, lo dijo un ministro en el Congreso hace unos años). ¿Será por eso que estoy haciendo este blog, que estoy leyendo libros sobre maternidad, que me voy a apuntar a la lista de espera de la FIV «por si acaso»? ¿No será que estoy buscando excusas para decir, cuando llegue el momento, que no sin sentirme culpable? Porque si es así, oye, me ahorraría muchos padeceres e inquietudes si, directamente, dijese: que no, que no quiero criar, que estoy muy bien así, con mi vida relativamente tranquila, durmiendo hasta las tantas los domingos, disfrutando de mi tiempo libre y sin asumir responsabilidades sobre ninguna vida que no sea mía.
Pero no estoy segura. Si me preguntas hoy, que tengo al reloj biológico más calmado y estoy en modo erizo (mi introversión se ha apoderado de mí desde hace unos días) te diría que estoy casi segura de que no quiero criar. De que me gusta mi vida así y no me importaría dejarla como está. Pero claro, está ese casi que no sé si es real o la presión social programada al fondo de mi cerebro.
Me resulta curioso, la verdad. Hace unos años, cuando rompí mi anterior relación, tenía clarísimo que, en cuanto me estableciese un poco, iba a ser madre soltera. Hoy lo pienso y no me viene otra cosa a la cabeza que llamarme loca. Después, conocí a mi actual pareja y me planteé incluso romper la relación si llegada una determinada edad él no se animaba a tener hijos conmigo (no necesariamente biológicos, ya sabes) y SEGUIR ADELANTE SOLA (de verdad, no me reconozco). Y ahora que esa edad ha llegado y él dice estar dispuesto a intentarlo conmigo soy yo la que anda dándole vueltas a esto con un dramatismo tremendo.
Otra cosa sobre la que se reflexiona en el libro es el hecho de «quedarse atrás» si no se hacen ciertas cosas. Es una reflexión que yo también me he planteado (ya digo, que parece que el libro, a veces, lo he escrito yo). Pareciera que vivir y madurar es ir tachando casillas: acabar los estudios, check, encontrar empleo, check, encontrar pareja, check, viajar, check, vivir juntos, check, comprar un piso, check, casarse, check, tener un hijo, check. Y así. De tal forma que parece que aquellos que no tachamos ciertas casillas vivimos en una permanente inmadurez y nos hemos quedado anclados mientras que el resto del mundo avanza dejándonos atrás.
Me temo que parece que las personas sin hijos no han tomado ninguna decisión o no hacen nada salvo seguir adelante...,sin rumbo. Podría pensarse que no avanzan ni cambian ni crecen, y que tampoco tienen historias de las que surjan historias, ni vida de profundidad, amor y dolor crecientes. Quizá dé la impresión de que se han quedado estancadas en un sitio..., un sitio que los que son padres han dejado atrás.
Me pregunto si es algo inevitable. Pienso como la narradora cuando dice que:
La vida de una persona no es una declaración sobre cómo deben ser todas las vidas. Otras vidas han de poder coexistir con la nuestra sin que impliquen una amenaza o un juicio.
Pero, en el caso de la maternidad y la no-maternidad parece que eso es complicado.
Lo que me ha encantado del libro es que no se queda en una perspectiva individual, sino que recurre a lo colectivo. Y la verdad es que mirar la maternidad tal y como se concibe hoy en día desde una perspectiva feminista, al menos desde la que propone la narradora, es descorazonador.
El problema más propio de la mujer es que no nos damos espacio ni tiempo suficientes, o no se nos conceden. Nos comprimimos en los momentos que nos permitimos o en los que se nos han otorgado. [...]Dejamos que todo el mundo nos acorrale. Escatimamos espacio y tiempo a nuestro yo. ¿Y tener hijos no conduce a la asignación más cicatera de tiempo y espacio? Tener un hijo soluciona el impulso de no darse nada a una misma. Convierte ese impulso en una virtud.
En mi última entrada hablaba de la lucha contra el impulso de desaparecer en la trastienda de la maternidad. Mi entrada acababa con un alegato muy parecido al de la narradora en el fondo:
Quiero ocupar tanto espacio como pueda en el tiempo, estirarme y pasear sin ningún sitio al que ir, concederme grandes parcelas de tiempo sin nada que hacer: desprenderme de mis obligaciones, no responder a nadie, no complacer a nadie, tener la mala educación de hacer esperar a todo el mundo y procurar no ganarme la aceptación de nadie; no acumular cortesías repartidas entre todo el mundo con la esperanza de resultar agradable y que no se me expulse de la sociedad, como temo que ocurra si no vivo como una buena sirvienta, con cautela.
A medida que leía el libro me parecía que sabía cuál iba a ser la decisión de la narradora. Por cómo hablaba, por lo que pensaba, por las cosas en las que hacía hincapié... Lo veía claro. Ahora pienso si, pensando yo tan parecido, teniendo ideas tan similares, mi respuesta no será la misma, si no podría, conociendo el final de la novela, tomar la decisión, cerrar este capítulo ya y seguir adelante.
Ojalá me resultara tan fácil.
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